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Foto del escritorJorge A. Carrillo E.

Tempus Fugit

Actualizado: 24 jun 2019

“Sabia virtud de conocer el tiempo…”



Una de las señales sociales más notorias que revelan un trauma social en la cultura mexicana se observa en su relación con el tiempo, y esto se traslada a nuestra relación personal con el. Resulta irónico que siendo nuestras raíces las propias de civilizaciones capaces de medir el tiempo con gran precisión y fundamentar la base de su organización a partir de la lectura y comprensión mística de este, ahora seamos una cultura ajena a el, atrapada y avasallada por el y en lo psicológico, incapaces de entender esta circunstancia.


Observar esto implica profundizar en señales sociales del más alto nivel como la terrible circunstancia sexenal que distorsiona nuestra proyección en el tiempo. Incapaces socialmente de crear las bases para crear una visión a largo plazo y los esfuerzos correspondientes, estamos condenados a reinventar la rueda con cada ciclo de seis años y sufrir as fuerzas en el poder que ahí se sostienen. Nada más indicativo de una gran disociación social. A nivel personal es notoria nuestra incapacidad para la puntualidad, ese pequeño gran detalle social de honrar al otro a través de honrar su tiempo y operar ajeno a la importancia de esto para entonces caer en la informalidad y hasta el exceso con la típica expresión de “ahorita”. Esta que es una mera referencia cultural, nos invita a pensar más allá de las horas para observar aquello que acontece en nuestra forma de vivir los ciclos de vida que se sostienen en el tiempo. Del refrán popular “Lo que bien empieza, bien acaba” obtenemos otro tipo de inteligencia temporal ya que nos invita a reflexionar cómo es que hacemos las cosas al empezar algo. Esta profunda expresión denota la trascendencia de aquello que se inicia y más aún, lo que se llevo a cabo para crear o utilizar recursos, construir una clara visión y anticipar lo que ha de pasar y como ha de pasar para entonces lograr éxito en lo acometido.


En el extremo del mismo ciclo tenemos la etapa final o terminación, lo que implica las formas en las que cerramos aquello que hemos empezado. Esto, desde una perspectiva social lo vemos de una forma dolorosa en cómo es que manejamos nuestros desechos. Haciendo uso de nuevo, de nuestra inteligencia de señales humanas, no podemos dejar pasar la terrible incapacidad de manejar bien la basura. Alguna visita extranjera me dijo en una ocasión al llegar a México por primera vez, “ustedes mexicanos no saben terminar las cosas, es obvio al ver las calles con tanta basura”.


Conocer el tiempo es tanto como saber tomar la decisión correcta en el momento correcto. Nada más poderoso en lo personal que esta capacidad de lograr algo tan sencillo pero de tanta trascendencia. Lograr esta capacidad no solo debería ser una aspiración del más elevado nivel, también es la mejor nota conductora de una sinfonía social para el logro del bien común y la corrección de muchos de nuestros males sociales.


Los traumas sociales por su características son de difícil observación y debida comprensión, salvo las debidas excepciones. Es entendible en la mayoría de los casos ya que esta información se pierde en las distancias del tiempo y se racionalizan en el discurso social de diversas formas según la época y lugar. Lo relevante sería entonces, rescatar como es que la influencia del inconsciente colectivo nos impone condiciones en lo personal desde donde nuestras propias fracturas tiempo/espaciales nos definen.


Una forma sana de vivir el tiempo es resolviendo aquello que sucedió en el pasado. Generalmente, estas fracturas imponen estructuras mentales que operan atrapadas desde una edad menor, desde aquella en que fue vivida la experiencia. No es casualidad que seamos inmaduros o infantiles. Frecuente es el clamor de algunas clientes que comentan “no quiero ser la mama de mi marido”. Sería simpático de no ser trágico también. El tiempo pasa y al hacerlo, no nos damos cuenta de aquello qué desperdiciamos o nos perdemos de vivir en plenitud. Los años mayores traen muchas cosas y entre ellas, la culpa de no amar a tiempo, de no reír a tiempo, de no responsabilizarse a tiempo.


Quien domina su tiempo, es dueño de su circunstancia y las puertas de la satisfacción estarán siempre abiertas. No hay acto más responsable que ser dueño de tu tiempo, aún si decides dedicárselo a alguien o algo más. Es parte del juego paradójico, llamado libertad.

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